PARA QUE LO LEAN MIS NIETOS



ESTA PÁGINA ESTÁ DEDICADA A LOS MÁS PEQUEÑOS DEL MUNDO DE LA LECTURA
EL NIÑO QUE NO QUERÍA LEER
©A. CARMONA

Había una vez un niño que se llamaba… ¿Cómo se llamaba?.. ¡Ah ya! Se llamaba Pablo, pero todo el mundo le llamaba Pablito.
Pablito no quería leer, se negaba. No es que fuera un vago, no, porque Pablo hacía siempre lo que sus padres y sus profesores le decían, pero cuando tenía que leer, se negaba en redondo.
No quiero leer, es muy aburrido solía decir cuando sus padres se lo mandaban.
Un día la madre de Pablo le pidió que fuera a comprar el pan a la panadería que estaba a un par de calles. Cuando Pablo cruzó la primera calle por el paso de peatones, se encontró de frente con una señora mayor.
Hola chico ― le dijo con voz cascada la pobre anciana.
Pablo se extrañó ¿Quién era esa señora? Pero antes de que pudiera preguntarle, la viejecita le extendió un papel.
―Por favor, léeme esto hijo, que mis ojos ya no dan para más.
Pablo se puso nervioso. ¿Leer? Si no sabía leer.
Se disculpó diciendo que tenía mucha prisa y se marchó corriendo.
Caminó de nuevo hacía la panadería y al doblar una esquina vio a un hombre que caminaba con un bastón en la mano, con el que tanteaba el suelo y las paredes. Cuando se acercó a Pablo vio que estaba ciego.
―Por favor ―le dijo el ciego ― ¿Es esta la calle Esperanza? Estoy buscando el número 70 de la calle Esperanza. Voy a visitar a un amigo.
De nuevo Pablo se volvió a poner nervioso. No podía ayudar al pobre ciego porque él, aunque veía perfectamente, no sabía decirle si esa era la calle Esperanza o no, porque no sabía leer el letrero que había en la esquina. Otra vez salió corriendo como alma que llevaba el diablo.
Pablo comenzó a preocuparse. Por culpa de no saber leer no podía ayudar a nadie. No pudo ayudar a la anciana y ahora no había podido hacerlo con ese pobre ciego. Se estremeció. Se iba a convertir en un ser solitario, incapaz de ayudar a nadie. Empezaba a darse cuenta de que había sido un error no querer aprender a leer.
Antes de llegar a la panadería se topó con otra persona. Era un hombre bajito, vestido de forma extraña. Llevaba un gorro puntiagudo y una capa de color verde sobre sus hombros. En su frente aparecían muchas letras grabada en la piel y unos signos de admiración, de interrogación, comillas, puntos y comas y dos puntos, adornaban su cuello en forma de collar. Pablito nunca había visto a un ser tan extraño como este.
―Hola Pablo ―le dijo ese ser raro. El niño se extrañó que conociera su nombre.
― ¿Cómo sabes mi nombre? ―le preguntó.
―Porque soy el genio de la lectura. Todo lo sé y todo lo veo.
Pablito comenzó a temer que iba a vivir una aventura extraordinaria de la que no sabía cómo iba a salir. Pero era valiente y esperó a ver qué es lo que el destino le deparaba.
No tardó en producirse un nuevo acontecimiento. Aquel pequeño ser extrajo de su faldón un papel y se lo entregó a Pablo, mientras le decía.
―Podrás conseguir todo lo que deseas: jugar a futbol, a la play, comer chocolate, ir a la playa, divertirte con tus amigos. Todo lo que te apetezca. Solo tienes que…
Pablo no pudo esperar y preguntó con ansias.
― ¿Qué tengo que hacer?
― Solo tienes que decir estas palabras en voz alta; las que están escritas en ese papel que te he dado.
Pablo quedó consternado. Quería disfrutar de todo lo que le había dicho el genio de la lectura, pero no podía hacerlo. No sabía leer. Intentó arreglarlo de otra manera:
― ¿No me puedes decir tú las palabras que están escritas en ese papel y yo repetirlas en voz alta?
―Imposible― dijo el hombrecillo. Tienes que leer el papel. Es una condición indispensable.
Pablo se entristeció, y el hombrecillo, al ver que era incapaz de hacer lo que le había pedido, se dio media vuelta y se alejó en busca de otro niño que supiera leer. Pablo lo siguió con la mirada y vio como el hombre hablaba con otro niño y le entregaba el papel que antes le había dado a él. Pablo pudo ver que el otro niño lo leía y que, después, daba un salto y abrazaba al hombrecillo. Inmediatamente comenzó a comer galletas de chocolate, para después acercarse a un puesto de halado, donde el heladero le entregó un enorme cucurucho de chocolate y turrón. Pablo no pudo evitar seguir a aquel niño tan afortunado. Así que fue tras él todo el camino. Ese seguimiento se iba a convertir en una dura prueba para él. En la constatación de que había perdido un tiempo precioso sin querer leer nada. Aquel otro niño gozaba de todo lo que a él le había prometido el genio de la lectura. Comía cuantas golosinas quería, entraba en las tiendas de juegos y le regalaban consolas y juegos de la Play Stations, pasaba por la puerta de un cine y el taquillero le regalaba una entrada para ver una película de dibujos animados, mientras comía chuches y palomitas. Después ese niño con tanta suerte, se dirigió muy contento a su casa. Antes de entrar arrojó a una papelera el papel que le había dado aquel hombrecillo.

Pablo estaba agotado y lleno de envidia. Su cara había palidecido, pero tuvo fuerzas para correr hasta la papelera y coger el papel. No sabía lo que ponía, porque no conocía las letras. Solo veía puntos negritos de distintos tamaños que parecían saltar del papel hacía su cara y que se reían de él de forma estridente. A pesar de todo decidió encaramarse a un árbol para mirar por la ventana de la casa del niño. Desde ese puesto elevado lo vio. Estaba leyendo un libro. Pablo pensó que ese niño era tonto, pues le habían regalado una consola y no jugaba con ella. Estaba leyendo sin parar y parecía gustarle porque en sus labios se dibujaba una sonrisa. A las dos horas Pablo ya tenía el trasero como una zanahoria de estar tanto tiempo sentado sobre una rama, y el niño continuaba con su lectura. Ya iba a bajarse del árbol y a marcharse a su casa cuando vio que un hombre, que debía ser el padre de aquel niño, entró en la habitación, habló un rato con él y después ambos tomaron los mandos de la Play Stations y se pusieron a jugar. Parecían extremadamente felices.
Con el disgusto de haber contemplado aquellos acontecimientos, Pablito se fue a su casa.
Cuando llegó le abrió la puerta su madre. Enseguida se dio cuenta de que Pablo no traía nada en sus manos. Se le había olvidado comprar el pan al maldito chico. Le regañó, gritó, lo dejó sin postre y lo castigó en su cuarto. Pablo no tuvo más remedio que aceptar la regañina y el castigo.
Al poco rato llegó su padre. Pablo le contó lo que le había pasado, y que eso había sido la causa por la que había olvidado comprar el pan. Su padre le preguntó si aun tenía el papel que le había dado el genio de la lectura a aquel niño.
Pablito rebuscó en sus bolsillos y extrajo una bola de papel. Su padre la cogió y la desdobló. Leyó lo que ponía. Luego miró a su hijo.
― ¿Qué pone, papá? ―preguntó con curiosidad Pablito.
Su padre le puso la mano sobre el hombro y le respondió.
―Pone: “aprende a leer Pablo y serás feliz”.
A partir de ese día, Pablo se convirtió en un lector empedernido y todo, todo en la vida, le fue mejor, mucho mejor.
Después de leer este texto, responde a las siguientes preguntas:

1. ¿Qué es lo que no le gustaba hacer a Pablito?
     2. ¿A cuántas personas se encontró antes de hablar con el genio de la lectura?

3.¿Por qué no pudo ayudar a ninguna de esas personas?
   4. ¿Qué es lo que ponía el papel que entregó el genio de la lectura a Pablo?

5. Escribe de otra manera las siguientes frases:a)Su cara había palidecido;b) Pablo se convirtió en un lector empedernidoc) Antes de llegar a la panadería se topó con otra persona;d) ...el destino le deparaba. e) Indica cuáles de estas frases son literales y cuales están escritas en sentido figurado:1 Se iba a convertir en un ser solitario, incapaz de ayudar a nadie.2  …en sus labios se dibujaba una sonrisa. 3 Al doblar la esquina.

 6Indica las palabras que signifiquen sucesión de acontecimientos. Por ejemplo: después…

Comentarios

  1. Muy bien .Antonio ,no solo el cuento sino tambien las preguntas de la comprensiva.Lo voy a utilizar con mis nietas

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  2. Después de 38 años de oficio algo se queda. Gracias por tu comentario, me anima a escribir más para nuestros nietos.

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  3. No es sólo el oficio Antonio. Es tu mirada frente a la vida. Excelentes reflexiones para los padres que muchas veces no se dan cuenta que tienen en sus manos diamantes en bruto.

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